A veces, sin llegar a saber muy bien el cómo conocemos a estos monos
de los que os hablo, descubrimos sin saber muy bien el cómo que, en síntesis,
por ellos lo somos todo, sin ellos no somos nada. Son la parte íntegra de ese
conjunto en el que se cimenta la vida, donde escribir páginas sin anemia a
besos y abrazos y risas, sonrisas sin puntos ni comas. ¿Dónde firmar ese viaje
con billete de ida? ¿En qué lugar de la Ruta 66 encontrar esa llave con la que
abrir la cerradura de la Puerta del Sol? Que yo quiero llegar para sobornar al
calendario, y en la víspera de mañana invertir en una prórroga para que el aire
que respiro, se deje el tufillo a despedida para la eternidad, sin el acuse de
recibo de las idas y venidas.
Se trata de hacerle un corte de mangas al hastío. Ganas de lo contrario
de la muerte, encontradas al hilvanar corazones. Hay vida más allá, pero no es
vida. Monos sin boina de paleto, que son un chute de lujo para los que lo
rodean, y a los que ojalá les queden muchos años de dosis a suministrar. Una vida a la que deberían recetarla, como cosquillas en la espalda, siete viernes por semana.
Esa perfecta vacuna contra el aburrimiento del resquicio que la madrugada. Me
gusta caminar en dirección contraria de los que están de vuelta y no se han
ido. Abrir la caja de pandora para descubrir, una vez más, que son muchas las
ganas de reír y reír hasta que duela el estómago, que hay quien merece la
pena, quien te enseñe sin conocerlo a subir de tres en tres las escaleras. Antes de que la aurora eche raíces, las voces del desierto intentarán usurpar
hasta los huesos, saber dónde radica la diferencia es el as en esta manga del
destino. Monos vendedores ambulantes de alegría. Sin irse por las ramas, los
troncos no son poesía sino infames ripios. Esta entrada va de una de monos,
pero unos monos llamados amigos, camuflados en el *_* del agfdgfdhg.
Deberían recetarla, como cosquillas en la espalda, siete viernes por semana.