domingo, 29 de abril de 2012

Una de monos

 ¿Y si os digo que esta entrada irá de monos? Sí, de monos, habéis leído bien. Quizá sabiéndolo de antemano podáis decir que ésto no será el mejor escrito del mundo, y he de confesar que tampoco es eso lo que pretendo.
A veces, sin llegar a saber muy bien el cómo conocemos a estos monos de los que os hablo, descubrimos sin saber muy bien el cómo que, en síntesis, por ellos lo somos todo, sin ellos no somos nada. Son la parte íntegra de ese conjunto en el que se cimenta la vida, donde escribir páginas sin anemia a besos y abrazos y risas, sonrisas sin puntos ni comas. ¿Dónde firmar ese viaje con billete de ida? ¿En qué lugar de la Ruta 66 encontrar esa llave con la que abrir la cerradura de la Puerta del Sol? Que yo quiero llegar para sobornar al calendario, y en la víspera de mañana invertir en una prórroga para que el aire que respiro, se deje el tufillo a despedida para la eternidad, sin el acuse de recibo de las idas y venidas.
Se trata de hacerle un corte de mangas al hastío. Ganas de lo contrario de la muerte, encontradas al hilvanar corazones. Hay vida más allá, pero no es vida. Monos sin boina de paleto, que son un chute de lujo para los que lo rodean, y a los que ojalá les queden muchos años de dosis a suministrar. Una vida a la que deberían recetarla, como cosquillas en la espalda, siete viernes por semana. Esa perfecta vacuna contra el aburrimiento del resquicio que la madrugada. Me gusta caminar en dirección contraria de los que están de vuelta y no se han ido. Abrir la caja de pandora para descubrir, una vez más, que son muchas las ganas de reír y reír hasta que duela el estómago, que hay quien merece la pena, quien te enseñe sin conocerlo a subir de tres en tres las escaleras. Antes de que la aurora eche raíces, las voces del desierto intentarán usurpar hasta los huesos, saber dónde radica la diferencia es el as en esta manga del destino. Monos vendedores ambulantes de alegría. Sin irse por las ramas, los troncos no son poesía sino infames ripios. Esta entrada va de una de monos, pero unos monos llamados amigos, camuflados en el *_* del agfdgfdhg.

 
Deberían recetarla, como cosquillas en la espalda, siete viernes por semana.